¿Puede el dinero comprar la felicidad?

El presente está marcado por una era capitalista que arrasa con la cultura global. Hoy por hoy, quien no lleve la mecánica del mercado y el consumo, es visto como un excluido más. El dinero parece haber pasado de ser un contribuyente de la felicidad, a ser el principal motivo para alcanzarla.

 

Incluso a nivel organizacional, el éxito de una empresa, su desarrollo y estabilidad en su mayoría dependen del dinero y de lo que se factura, dejando a un lado la parte emocional y la estabilidad de la materia prima, es decir, su fuerza de trabajo. Los líderes siguen con la concepción de que velar por el cumplimiento de resultados es su única función y responsabilidad, cuando en realidad el generar una cercanía y lograr así retener el talento, es tal vez, el eje central de su trabajo.

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El punto esencial en el que se debe basar cualquier tipo de transformación dentro de las organizaciones debe ser el replanteamiento de sus funciones y relaciones laborales, el hecho es que deben dejar de ser vistas como simples contactos de trabajo y dar paso a una relación cordial y cercana entre amigos y colegas.

 

Según Gallup, empresa de consultoría estadounidense, los países más felices del mundo son también los más prósperos: Dinamarca, Noruega, Suecia y Canadá; sin embargo, estudios de la misma firma, arrojan que Paraguay, Panamá, Guatemala, Nicaragua, Ecuador, Costa Rica, Colombia, Dinamarca, Honduras, Venezuela son los países más felices no de América Latina sino del mundo, aunque para nadie es un secreto que no se destacan por ser grandes potencias.

 

Ante esta paradoja aparece Daniel Kahneman, el estadounidense Premio Nobel de Economía, para ayudarnos a entender los resultados anteriormente mencionados. En Latinoamérica, sucede algo particular, sus países son felices a pesar de que el motivo no sea necesariamente su nivel de ingresos, esta región es una excepción a la regla de satisfacción ligada a los ingresos. ¿Por qué? Debido a que los latinoamericanos son más emocionales, por ende más felices.

 

Kahneman, especialista en la felicidad a nivel mundial, manifiesta que este estado emocional no tiene un significado específico, viene a colación, como reemplazo, el concepto de bienestar, que a diferencia de la felicidad, entendida como un simple estado de ánimo, significa un buen momento de vida.

 

Anclando la satisfacción con la parte monetaria, existe la tendencia a pensar que el dinero es todopoderoso y que compra bienestar y satisfacción, pero tal como lo afirma el estadounidense “ el dinero no compra la felicidad, pero la falta de dinero asegura la miseria”. Es decir, el dinero es un factor determinante para la estabilidad de una persona y su calidad de vida; sin embargo, no lo es todo a la hora de juzgar qué tan feliz se es. Esta es la mentalidad de los latinoamericanos, no necesitan abundancia económica para ser felices y la escasez por su parte, genera en ellos resignación.

 

En conclusión, lo importante no es calcular la felicidad sino medir la infelicidad que hay en la sociedad con el fin de enfatizar en su reducción y abrir paso a mejorar el bienestar. Este es un caso perfectamente adaptable a la realidad organizacional, los líderes deben priorizar el hecho de conocer su gente y sus necesidades, y de esta forma contribuir a su satisfacción y por ende a su felicidad.

 

 

*Análisis basado en la entrevista de Andrés Oppenheimer para CNN, Oppenheimer Presenta.

https://www.youtube.com/watch?v=c2MBuvdf_MM

 

 

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