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Este artículo es una prueba de que nuestro blog es un espacio abierto a las ideas interesantes, creativas y cargadas de buen contenido. Hoy compartimos con ustedes un texto escrito de María Catalina Perdomo, estudiante de la asignatura Educando Para La Felicidad, de la Universidad del Rosario, dirigida por Andrés Ramírez, catedrático de la Felicidad. 

 

Uno de mis escenarios más constantes de felicidad ocurre durante uno de los momentos más cotidianos: la ducha matutina.

 Empieza otro miserable día, porque hay que decir la verdad: cuando uno se despierta, sólo quiere poder seguir durmiendo y no sentir la desgracia de tener que salir de las cobijas.

 Pero la naturaleza fue sabia y nos dio una excelente idea: hay que bañarse. El sublime y perfecto chorro de agua. Pero para poder llegar a él, hay que pasar por un momento crítico, por una decisión difícil: levantarse.

 

Y es aquí donde aparece, en un momento tan simple, un elemento de construcción de felicidad: la templanza. Es precisamente templanza lo que lo saca a uno del cómodo pero momentáneo calor de la pijama y de las cobijas, y le permite continuar en la búsqueda de una felicidad real y más duradera: el baño, y después de él, la vida, la clase de 7 que, al fin de cuentas, algo aportará a mi vida.

 

Así, uno se levanta de la cama, se despoja de la comodidad y se mete a bañar. Y aquí aparece otra herramienta que, sin duda, ayuda a construir felicidad: aprender a salir de la zona de confort. ¿Quieren saber qué se siente? Canten en la ducha, y bien duro: que lo oigan el vecino y el portero del edificio. En mi caso, nunca me siento más fuera de mi zona de confort que completamente expuesta no solo corporal sino vocalmente. Porque solo allí, en mi pequeño escenario acuático, me siento lo suficientemente valiente para atreverme a llegar a las notas altas de “I will always love you” o a las bajísimas notas del bendito Manuel Medrano, y estrellarme felizmente contra sus pentagramas sacándome 70.000 gallos en el intento. Ahí no existe el miedo, no existe la vergüenza, ni el “qué oso”, ni la búsqueda de aprobación social. Solamente pasión.

 

Es así como caigo en cuenta que, cantando en la ducha, me sobra la valentía que me falta en muchos escenarios. En cambio afuera, en el mundo real, hay mucha pasión; pero a veces el miedo grita más duro.

 

Cuenta la leyenda que Arquímedes encontró un principio de la física durante un baño en su tina, frustrado por no poder saber cuál era el volumen de una corona de oro sin fundirla. Fue durante el sublime momento de baño que encontró que “un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja”. 

 

Si bien no he hecho grandes descubrimientos científicos como Arquímedes, sí he descubierto mis verdades personales durante el tiempo de ducha. Las mejores decisiones de mi vida, las que me han llevado a mis más grandes momentos de metamorfosis y alegría, las he tomado durante la ducha (algunas tomaron muchas, muchas duchas).

 

Y creo que esto tiene una explicación lógica: es éste el único momento del día en donde uno se encuentra consigo mismo, libre de la distracción sensorial provocada por las costuras de los skinny jeans y las varillas del brasier; donde uno no puede revisar Facebook, Twitter, Whatsapp y anestesiar la mente con memes de Pokemones diciendo “vamo a calmano”.

 

Somos una generación de seres sobreexcitados, sobreinformados, sobreocupados; y qué infelices nos hemos vuelto. Un artículo reciente de Vice (“¿Por qué esta generación está aburrida con la vida?”) toca este punto. No me atrevo a parafrasear porque me parece que la descripción es perfecta:

 

Cuando pienso en lo que siento en un día normal, casi siempre hay una sensación persistente de querer hacer algo más. Quiero hacerme un café, o volver a revisar Twitter, o quiero cambiar de música. (…) Este aburrimiento se manifiesta entonces como una inquietud (…); se trata de estar menos «aburridos con la vida» pero más ansiosos esperando a que la vida ocurra. (…) La única forma con la que podemos asumir la enorme cantidad de contenido que quiere captar todo el tiempo nuestra atención es la constante rotación de actividades a las que les dedicamos nuestro tiempo. Es un ruido blanco que hemos desarrollado para bajar el volumen de todo lo que ocurre al mismo tiempo, todo el tiempo”[1].

 

Y es en este contexto de ansiedad y bombardeo ocupacional que aún aparece mi escenario salvador, a callar mi mundo por 10-15 minutos. Es justo en ese momento de sosiego, el momento de la ducha, cuando la mente descansa, pone en orden todo el ruido y el caos que está en la cabeza (me decían en clase: una carrera de Nascar de pensamientos desordenados), y encuentra soluciones a los problemas más complicados de la existencia. No sé si tenga que ver con algún vestigio de nuestra vida intrauterina; pero la calma y la paz que se sienten cuando cae el primer chorro de agua en estas cabezas calientes, ocupadas y congestionadas, no conducen sino a la felicidad.

 

De todo esto, solo me queda una conclusión: Apple, Samsung, por favor, por el bien de la humanidad, ¡no se inventen el celular a prueba de agua!. No nos inviten a auto-robarnos el breve momento de libertad, lucidez y felicidad que sucede en la perfección eterna de la ducha. ¡Eureka!

[1] http://www.vice.com/es_co/read/when-a-man-is-bored-of-life?utm_source=vicefbcol

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