Por: Manuela Acosta, Gerente de Consultoría
Hace 15 años aproximadamente que ingresé al mundo laboral, desde un acompañamiento en procesos para gestionar el recurso más valioso (lo creo genuinamente), analizando comportamientos humanos y buscando descifrar la ecuación “perfecta” para “motivar” a las personas. En ese gran enigma, encontré muchos personajes reconocidos, frases célebres, o a veces confusas, pero socialmente válidas en esa premisa de “confunde y reinarás”. Ya que muchas veces el público prefiere tener buenos oradores que realmente coherencia. “Los domadores de circo”.
Sin embargo, luego de un par de años de metodologías de puertas afuera y de encontrar algunos hombres maravillosos, algo no hacía clic. Cuestioné continuamente si eso que predicaba desde las historias de esos hombres inspiradores era genuino, porque muchas veces no se sentía cercano.
Sorprendentemente, la respuesta llegó de manera orgánica cuando encontré una ecuación funcional (o al menos para mí), resultado de una simple autorreflexión ¿Qué es lo más inspirador en el mundo para Manuela? Y así, como apagar y prender un “switch”, reconocí que las mujeres particularmente hemos aprendido a soñar en abstracto o con referentes masculinos, porque pocas veces nos han contado la historia de aquellas que estuvieron antes de nosotras y esto, aplica a los diferentes sectores.
Sabía que la autenticidad ha sido un no negociable en mi vida, y entonces entendí que quería contribuir a los sueños de otras, ¡porque la representatividad, importa! Y contar tu propia historia implica reconocer y construir tus realidades. Adicionalmente, para contar mi propia historia tuve que abrazar mis propios miedos en forma de vulnerabilidades- una palabra formada por “vulnus” que significa “herida” y el sufijo “-abilis” que expresa “posibilidad”, por lo tanto, es la posibilidad de ser herido- hago énfasis en su definición porque es una condición natural de todos los seres humanos a la cuál valdría la pena, dejar de huirle.
Me despojé de toda la victimización aprendida, pues bien, soy una mujer, consultora, futbolista, diagnosticada muy joven con TDAH-Trastorno por déficit de atención con hiperactividad-, podría decir que con una triple “vulnerabilidad” para una discriminación cognitiva (género, escogencia de disciplina de predominancia masculina y en condición de discapacidad). No obstante, a diferencia de lo que las dinámicas sociales me invitaron a creer, todas las anteriores, hoy en día, no me hieren y por el contrario me han enseñado a pasar de la victimización (inconsciencia) a la acción (consciencia), premisa en la que las cosas me pasaban a mí vs. aquella donde las cosas pasan por mí.
Soy una mujer divergente, disruptiva y ciertamente incómoda a la hora de cuestionar. Sé que la vida especialmente para las mujeres tiene una línea delgada entre el espectar y el participar por las mentiras que, como especie, dice Noah Harari “nos han contado una y mil veces al punto que se nos convirtieron en verdades, en formas de pegamientos míticos” (sistemas de creencias) no propias o antinaturales de los seres humanos. Ejemplo de lo anterior “Las mujeres son ciudadanas de segunda clase”.
Sin embargo, también soy una mujer que desde la compasión aprendió a discernir- porque creo fielmente que necesitamos mujeres no solo empoderadas sino especialmente compasivas-. Jamás deberíamos permitirnos que la diferenciación rígida de roles y expectativas en función del sexo en un sistema de predominancia masculina sea más importante que la capacidad que tenemos para cohesionarnos desde nuestras diferencias. Los acuerdos y los escenarios comunes no solo nos benefician a las mujeres, ya que lo tradicional de este sistema patriarcal afecta notablemente a los hombres- se denomina patriarcado al “predominio de la autoridad que ejerce un varón sobre un grupo de personas o sociedad”- vuelvo a ser enfática en la definición porque hoy hasta la palabra, genera escozor en quienes posiblemente, confunden de la misma manera el feminismo con el lenguaje bélico.
Para ejemplificar lo anterior, les voy a compartir unos datos medibles: este sistema en los hombres hoy genera una esperanza de vida menor y está comprobado que son más propensos a sufrir drogodependencias (solo por compartirles algunas realidades objetivas). Y así, a veces nos queramos enfocar en los extremos, el dolor de ellos también me duele.
Hoy admiro a esos hombres de las nuevas masculinidades que son capaces de trascender sus propios privilegios para construir escenarios equitativos.
Hoy abrazo a las mujeres empoderadas, pero inflexiblemente compasivas.
Hoy reconozco a todas esas personas que alzan su voz por los entornos equitativos y justos, porque definitivamente no hay que ser la causa para defender la causa.
Y finalmente, hoy me le quito el sombrero a las organizaciones que como reflejo de la sociedad se atreven y asumen el desafío de crear y promover acciones afirmativas que equiparen las condiciones.
Este escrito, posiblemente torpe y con un hilo conductor cuestionable, es solo una invitación para conmemorar un día o un mes, una fecha que ojalá, prontamente de hecho, dejará de ser conmemorada, porque sueño, así suene a utopía que el respeto algún día sea realmente orgánico, dónde no tengamos que cuestionarnos si la inclusión genera exclusión o caer en conversaciones banales sobre intereses personales, pero especialmente que la necesidad de visibilizar este tipo de realidades sea “periódico de ayer”, porque estaremos un día más cerca de dejar de conmemorar el día de la mujer.
*Créditos de la imagen: Project Grace